Si vienes sin mucho tiempo, permíteme que te recomiende:
Ni tanto y Autobiografías Son los que más me gustan.
Además hay una pequeña serie que me entretiene bastante: Relatos del General
Por último, te invito a seguir el juego, si quieres como un comentario, si quieres en otro lugar: Despertares
Varias personas me han comentado que sus preferidos son:
Ultimas voluntades y Personajes Históricos V que, por cierto, a medida que me alejo de éste último me va gustando más.
Y si has llegado hasta aquí buscando nanorrelatos sólo porque el nombre del blog es NANORRELATOS, te dejo aquí algunos reunidos: Nanorrelatos

jueves, 28 de abril de 2011

Lo que trae el mar.

Nos conocimos debido al colesterol, a los niveles elevados en los que se ha depositado en mis venas, más concretamente. Calculo que hará de eso algo más de tres años, cuando el médico me dijo que o empezaba a caminar o probablemente dejara de hacerlo y a mí, aunque perezoso, vago, holgazán,me gustó más la opción que menos me gustaba. Me había trasladado hacía meses y no quería volver tan pronto a mi ciudad, sobre todo en coche negro y caja de pino.
La primera mañana de mis caminatas lo vi sentado sobre una roca que dominaba el más alto de los acantilados. Parecía un vasallo decrépito sentado subrepticiamente en el trono de su señor, desde el cual reinaba en los mares, su figura menuda coronando el lugar más alto en varios kilómetros a la redonda. 
Era muy pronto, apenas amanecía. Me saludó alzando la barbilla pero no dijo nada. Sólo eso, saludó alzando la barbilla y me miró con cara de otrogordoconchándalcaminandoalbordedelmar,avercuántodura. Llegué a su altura, tomé todo el aire que pude, devolví el saludo y comencé a bajar la pendiente por el otro lado de la loma.
Cada mañana lo encontraba allá, mirando al frente, esperando que apareciera entre las aguas dios sabe qué. Y siempre, como si tuviera un radar, giraba la cabeza cuando yo llegaba y me veía a lo lejos, para después seguir escudriñando el mar hasta apenas un segundo antes de que llegara a su lado.
La mirada de indulgencia altanera que me dedicó aquella primera mañana fue tornando a otra de camaradería. El viejo era agradable, aunque un poco huraño y probablemente falto de alguien con quién hablar. Dos semanas después ya conocíamos el nombre del otro: Hugo, yo, él Nel, de Manuel. Luego, cuando compré a Poncho, un pequeño perro blanco y marrón que casi arrastraba las orejas, para que me acompañara en los paseos, él comenzó a esperarlo con una galleta. Quizá habían transcurrido tres meses cuando me senté a descansar a su lado por primera vez. Trabamos cierta relación, aunque sin profundizar apenas al principio, que es el modo en que se relaciona la gente de por aquí. Me hablaba de sus hijos y de los distanciados que estaban, su hijo se había marchado y su hija apenas tenía tiempo para visitarlo. A los hijos de su hijo los había visto cuando el pequeño tenía tres meses y ahora iba al colegio, por parte de su hija era peor, los nietos eran más mayores y había descubierto que cuando se cruzaban con él por la calle simulaban no verlo para no tener que saludar. No los culpo, me decía, ahora todo transcurre rápido, demasiado para que los jóvenes pierdan el tiempo charlando viejos. Me dijo que estaba viudo, y me confesó una vez, dos años después de conocernos, que desde que su mujer murió se sentía perdido, caminando por los días sin saber cuál era su rumbo.
Llevaba siempre una libretita de tapas negras en la que escribía. A mí también me gusta escribir. Una vez le pregunté qué y me dijo que eran tonterías, reflexiones de viejo, que llevaba a papel para poderlas recordar al día siguiente. Le pedí que me dejara leerlas y me dijo que no, que era privado. Incluso le dije que le llevaría alguno de mis poemas, para así quizá romper el hielo, pero me dijo que no le interesaba. No me pareció mal, así es la gente acá.
Durante tres años nos vimos casi a diario, salvo mañanas de tiempo infernal en los que tan siquiera era prudente acercarse a la costa, las fiestas más señaladas y algún día en que sus achaques o los míos no nos permitían salir. Por lo demás nuestros encuentros se convirtieron en un hecho cotidiano más en nuestras singladuras.
Estas tres últimas semanas no me ha esperado sentado en su roca. El primer día no me preocupó, puesto que últimamente la salud se le había puesto en contra. No sé si Poncho me quiso avisar con sus gemidos, pero los interpreté como un llanto provocado por la falta de galletas aquel día. De hecho pasaron unos diez días antes de que me alarmara. Intenté localizarlo, pero no conocía su apellido ni me dijo nunca dónde vivía. Pregunté a otras personas que podían saber de él porque trabajaban por la zona, pero la respuesta siempre fue negativa, esquiva incluso: nunca nadie lo había visto. No podía creerlo, pero tampoco se me ocurría ningún motivo para que me mintieran.
Aquí las esquelas llevan foto, así que estos días he estado buscando la suya en el periódico local. Y no la he encontrado. Sin embargo hoy sí lo he visto después en primera página. Desarticulada red de traficantes, es el titular en enormes letras, y debajo su foto. A duras penas he podido leer frases sueltas en el artículo: ...fajos lanzados de lanchas a última hora de la noche... introducido a través de los acantilados... vigilancia de movimientos de patrulleras policiales... Manuel Riva Sanz, alias Nel, cerebro y jefe de la banda... ochocientos kilos incautados...
Y debo confesar que tras la sorpresa, e incluso el miedo, sentí lástima por Nel, al imaginarlo solo en su celda, esperando que un alguacil le diga que sus nietos han ido a visitarlo, mientras apunta sus reflexiones en una libretita de tapas negras para no descubrir que las olvidó en la mañana. ¡Qué inocencia!.

domingo, 17 de abril de 2011

La herramienta

Hace cuatro millones de años un austrolopitecus afarensis, llamémosle Adán, bajó del árbol y caminó sobre dos patas hasta unas frutas caídas. Otro cualquiera de la manada bajó tras él y, ayudándose de las manos, se  acercó queriendo compartir la comida. Otro cualquiera, porque sólo Adán era capaz de caminar erguido y hacía de los demás eso: cualquieras.
Adán aprovechó su mayor habilidad y, sin mediar amenaza, tomó en las manos una piedra de buen tamaño y golpeó la cabeza del otro. El resto se trastornó ante la visión del cráneo destrozado y huyó dispersándose, de rama en rama. Adán, viéndolos huir, dibujó en los labios la primera sonrisa de la hominidad.
Del más inteligente, el más fuerte, el más adaptado al medio, de Adán, descendemos todos.

miércoles, 13 de abril de 2011

El día en que murió Benito C.

Me gusta, cuando viajo a grandes ciudades, dedicar un día a caminar sin rumbo. Dejo entonces en el hotel cámaras, mochilas, guías, bolsas, teléfonos y monto en cualquier transporte hasta apearme en un lugar desconocido desde donde comienzo a caminar simulando tener un destino: entro en tiendas donde no esperan turistas, como carpinterías o pequeños colmados, de vez en cuando saludo, alzando ligeramente la barbilla, a algún peatón que me responde con el mismo gesto y con mirada sorprendida y paro a comer un menú sencillo simulando tener prisa por volver a la oficina. Me gusta pensar, aunque sé que no es cierto, que así palpo el ambiente más real de la ciudad.
En aquella visita a Barcelona también lo hice. Compré papel de lija del tres y una docena de tornillos y tuercas, saludé a toda señoraconcarrodelacompra con la que me crucé,  y comí en un bar con olor a fritura y sonido de tragaperras. Después pasé por el Mercado de la Boquería y tuve que esforzarme para no entrar porque imaginé que serían  pocos los barceloneses que lo hacen por la tarde entre semana. Cuando el sol comenzó a caer, llamé desde un teléfono público a mi amigo David con quien había quedado para cenar y le dije que estaba en un locutorio de la calle D´en Robador. Recuerdo que me preguntó qué hacía en el Rabal y me dijo que no me moviera de allí, que pasaría a buscarme.
Me dirigí entonces al muchacho para que me cobrara la llamada y me asignara un ordenador. Por desgracia, debido a mi trabajo, es algo de lo que no puedo desconectarme. Entonces encontré el correo de mi hermana con título "Leelo urgente". Me decía que no le gustaba que me enterara así, pero que llevaban todo el día llamándome y que no respondía al móvil. Después había un punto y aparte y en la línea inferior sólo ponía Padre ha muerto. Otro punto y aparte y un Llama.
Son curiosas nuestras reacciones en ciertos momentos. Quizá lo normal habría sido llorar pero yo no sentí pena. Me desagrada reconocerlo, pero fue así. Hubiera podido cerrar mi correo electrónico y haber abierto la página de algún periódico, hubiera podido cruzar a cualquier bar cercano y tomar una cerveza. Sólo sentía nostalgia de mi propio pasado.
La tristeza vendrá más tarde, me dije, molesto conmigo mismo, y quise grabar en la memoria todo lo que había a mi alrededor para, cuando llegara el momento, poder en mi imaginación trasladar hasta allí la pena aplazada y, quién sabe, quizá poder falsear mi recuerdo. Levanté la mirada por encima de la pantalla y me fijé en el local. Antes no lo había hecho. Había seis ordenadores y doce cabinas telefónicas, las conté, cada una en un cubículo de madera que habían construído, sin duda, los mismos propietarios del negocio. Había cinco relojes que marcaban las ocho y veinte en barcelona, las dos y veinte en Mumbay, las nueve y veinte en el cairo, las dos y veinte también en Lima y las tres y veinte en Guayaquil. Había un panel de corcho cubierto de anuncios escritos a mano, para compartir piso, para cuidar niños o ancianos. Había una máquina de refrescos y un paragüero también. 
El local estaba lleno, todos los teléfonos ocupados y gente esperando: magrebíes, subsaharianos, paquistaníes o índios, europeos del este. Todos gritaban al auricular con una sonrisa en la boca y con quebranto en la mirada. Un gran coro de voces entrelazadas, enrolladas, ininteligibles.
Y entonces, quizá habían pasado diez minutos, la tristeza llegó y me produjo alivio. Sentía caer las lágrimas por mi rostro. Una mujer joven, africana, me observaba sentada en su cabina. Había dejado de hablar y con su mirada, casi roja de tan negra, acariciaba mi llanto. Sus labios seguían sonriendo, la misma sonrisa de los demás, fingida para los suyos que estaban al otro lado del teléfono.
Y por un momento, quizá menos de un segundo, lo juro, entendí todos los idiomas del mundo.

martes, 5 de abril de 2011

LAS MURALLAS DE BABEL (MICROPENTATEUCO V)

5.4 ...y decidieron entonces fundar una ciudad y levantar una Torre cuya cúspide llegará al cielo.
5.5 Y vió Jehova  la construcción de los hombres y entendió que aquello le desafiaba, 5.6 y dijo: Este pueblo es uno y tiene una única lengua y unas mismas palabras y, nada así, detendrá su obra.
5.7 Y decidió entonces bajar a la tierra y confundir sus lenguas y que ninguno entendiera lo que el otro hablaba. 5.8 Y en la confusión, uno de los hombres dibujó en el suelo la Torre, proyectando así el primer plano, y los otros hombres comprendieron y siguieron construyendo. 
5.9 Y entendió Dios aquella irreverencia mayor que la anterior y bajó de nuevo a la tierra y, furibundo, creo las naciones. 5.10 E imaginándose los hombres distintos entre ellos no colaboraron más, 5.11 y abandonaron la construcción de esbeltas torres y emplearon sus esfuerzos en levantar muros infranqueables.